Las razones equivocadas de un joven lector. A cien años del nacimiento de Charles Bukowski.
Luis Rivera[1]
En mis años como adolescente, las lecturas de Charles Bukowski repercutieron de forma sustancial entre mis nacientes gustos literarios. Seducido por su desenfadado alcoholismo y las personalidades del universo "underground" retratadas en sus relatos, significaban para mis sentidos una explosión desenfrenada de locura y pasión literaria, una visión del mundo acorde a las pulsiones de un joven lector en la búsqueda de sus primeros referentes. Pero ahora, con ojos más experimentados, doy cuenta de que mis simpatías estaban fundadas en apreciaciones completamente distorsionadas sobre su obra, por decir lo menos.
Y es que, para muchos, Bukowski es un simple pendenciero de las letras, teporocho intelectual con pinta de gurú, capaz de atraer por su lenguaje cargado de sexo y violencia desenfrenada. La creación de sí mismo en un personaje maldito condicionó, en gran medida, una lectura anticipada de sus textos, valiéndole el aprecio editorial que, años más tarde, tuvo un impacto desbordante en la venta de sus libros. El boom que generó su nombre, obligó a retenerlo en el pedestal de todo aquel con deseos de tornarse un escritor con la misma marca. Beber hasta la muerte y escribir sobre ello se convirtió, en todo caso, en la clave general para comprender los balbuceos del indecente favorito de la literatura.
Sin embargo, a más de cien años de su nacimiento, me parece justo redimensionar su figura alejándose del entorno descrito párrafos atrás. A mi entender, el viejo Chinaski no es un compendio de botellas vacías. Su literatura, como dice Guillermo Fadanelli, refiere en mayor medida a cómo una vida ordinaria puede crear belleza y gracia, y no a los poderes divinos otorgados por la bebida. Las constantes de su entrega y empeño quedaron manifestadas en un amplísimo acervo, del cual sobresalen piezas excepcionales como Cartero (Anagrama, 2012), Mujeres (Anagrama, 2019), Escritos de un viejo indecente (Anagrama, 2008), La máquina de follar (Anagrama, 2012) y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (Anagrama, 2008), por mencionar algunos.
Tanto en sus relatos como en sus novelas, surgen personajes cargados de furia, cansados de la explotación y pobreza que padecen gracias a las fauces de un capitalismo bestial y sin freno. Su estilo, alejado de convencionalismos estéticos, otorga un retrato sin tapujos de las miserias humanas; perdedores en una balsa a la deriva, son seres intentando salir avantes ante los golpes del destino, sin mayor remedio que la melancolía o la soledad eterna. Hizo de su vida una perpetua obra de arte, sin importarle la opinión de los críticos y académicos, a quienes señalaba continuamente por su pretensión y elitismo. Hasta el final, tuvo la fuerza suficiente para seguir maldiciendo y dando dentelladas. Por ello, en el centenario de su nacimiento, corresponde a nosotros, los lectores del siglo XXI, una relectura inteligente y renovada de su obra. ¡Brindemos porque así sea!
[1] Sociólogo por la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco, y maestro en Letras Modernas (portuguesas) por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado cuento y colabora con el área editorial de Grupo Porrúa.