De qué hablamos cuando hablamos de Raymond Carver. Breve reseña de Todos los cuentos
Luis Rivera[1]
No creo incurrir en algún dislate si afirmo que Raymond Carver es el mejor escritor de cuentos del siglo pasado, a la par única, como mencionó Roberto Bolaño, del otro gran maestro revolucionario del género, el ruso Antón Chéjov. Su talento y magia para entregar historias inolvidables contrasta con las múltiples tribulaciones experimentadas a lo largo de su vida, principalmente las marcas de un alcoholismo acentuado durante gran parte de su periodo creativo. No obstante, en sus últimos años de carrera, el éxito y prestigio aparecieron en su puerta, brindándole una suerte de holgura finalizada de forma estrepitosa gracias a las terribles afecciones provocadas por el cáncer. A los cincuenta, Carver dejó un legado que continúa alimentando las ensoñaciones de las generaciones actuales, sean escritores, lectores, expertos o simples mortales buscando un sentido a su singular y llana existencia.
Si existen dudas de lo anterior, basta con repasar algunos de sus mejores relatos para acabar inmediatamente convencido. En 2016, Editorial Anagrama tuvo la destreza de reunir los cuatro libros emblemáticos de su narrativa (¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?; De qué hablamos cuando hablamos de amor; Catedral; Tres rosas amarillas; Si me necesitas, llámame), anteriormente publicados de forma individual por la misma casa editorial, ahora bajo el nombre Todos los cuentos. Desde las primeras páginas, la capacidad técnica de Carver para edificar tramas con alta tensión queda de manifiesta y nos ofrece piezas memorables como Belvedere, un texto desgarrador y honesto sobre las últimas horas de una pareja a punto del quebranto, Parece una tontería, en donde el dolor de unos padres ante la reciente pérdida de su vástago es alterado al recibir una llamada por demás inesperada, y Tres rosas amarillas, emotivo homenaje sobre los últimos momentos de Chéjov en su lecho de muerte, por mencionar sólo algunos.
Las claves para comprender la narrativa de Carver, pienso, radican en la precisión de su estilo, buscando siempre, a la manera de Flaubert, la palabra exacta y adecuada capaz de revelar en pocas palabras la profundidad de los conflictos humanos; una especie de comedia compacta tal y como Guillermo Samperio denominó alguna vez a su obra. Por otro lado, la elaboración de sus relatos “rompe” con la canónica del mismo a la manera de Poe o Hemingway, sobre todo en lo concerniente a los finales denominados “abiertos” y “cerrados”. En los cuentos de Carver parece encontrarse un cúmulo de sensaciones que llegan a un clímax máximo, pero es el lector, a fin de cuentas, quien deberá sacar sus propias conclusiones sobre lo leído. Los “vacíos” del texto lo obligan a formar parte activa de la narración, manteniéndolo responsable acerca de sus propias disertaciones.
Para terminar, diría que la principal virtud de su literatura, consistió en retratar las vidas de una clase trabajadora norteamericana con precariedades y sueños inalcanzables. Sus personajes representan lo opuesto a la clase media en la búsqueda de aspiraciones, son hombres y mujeres anónimos con trabajos y ocupaciones comunes, sobre los cuales pareciera no poder decirse nada en absoluto. Pero es ahí, justo en la nada, en donde el universo carveriano cobra mayor esplendor y sentido, otorgándonos una mirada contundente sobre la errante alma humana. No leerlo sí sería un completo dislate.
[1] Sociólogo por la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco y maestro en letras modernas (portuguesas) por la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. Ha publicado cuento y colabora en el área editorial de Grupo Porrúa.