Coraline en la oscuridad

Coraline en la oscuridad

Fernando Zertuche[1]

Dos leyendas de la narrativa gráfica nos brindan una magnífica adaptación de la más entrañable historia de la literatura infantil y juvenil contemporánea.

En la segunda mitad de la década de los años ochenta, la industria editorial norteamericana del cómic sufrió una sacudida debido, en su mayor parte, al trabajo de un grupo de escritores y dibujantes de origen británico. Uno de los más reconocidos, queridos y brillantes, fue Neil Richard MacKinnon Gaiman. Por él, la narrativa gráfica en ese país, y tal vez a nivel global, nunca volvió a ser igual.

Gaiman creó la seminal serie de The Sandman, que finalizó en la década del 90 y, poco después, dedicó sus esfuerzos a la escritura tradicional consiguiendo gran éxito gracias a Neverwhere, American Gods. En el año 2002, decidió probar suerte en un género inexplorado, la literatura infantil. Junto con su colega de varios proyectos, Dave Mckean, produjo la novela ilustrada Coraline, uno de sus títulos de mayor excepción; con esta obra, recibió los premios Hugo, Nébula y Bram Stoker a mejor novela corta, animación cinematográfica, videojuego, y una novela gráfica, adaptada e ilustrada por otro virtuoso del medio: P. Craig Rusell.

Con un estilo particular y elegante, Rusell ha sido un especialista de la épica fantástica. Ilustró desde el Anillo de los Nibelungos, pasando por los grandes personajes de Robert E. Howard y Michael Moorcock, hasta la mitología nórdica y algunos de los más bellos episodios del propio Sandman.

Coraline es una historia fascinante. A partir de la simple idea de una niña viajando a un universo paralelo, Gaiman presenta una doble realidad de varios subtextos terroríficos. La gran adaptación de Rusell es prueba de ello, el original funciona, efectivamente, para los lectores más jóvenes; pero en esta novela gráfica, con una representación más realista y la adopción de una atmósfera propia del gótico, aparecen las dimensiones múltiples del espantoso mundo espejo y sus implicaciones.    

Tanto los personajes como los escenarios, ya no gravitan en un mundo inocuo y perteneciente a un cuento de hadas, y lo podemos observar, sobre todo, en la adaptación cinematográfica. La travesía de Coraline en esta versión —cuyo detonante es la indiferencia y el tedio que le provoca el mundo de los adultos—, la colocan de pronto en la necesidad de valerse por sí misma, desde las actividades básicas e indispensables, hasta la batalla heroica en contra de un mal terrible.

Coraline es representada como una preadolescente. Encaja con precisión en la alegoría que, con Rusell,  ahora es una narración de coming of age. Los ecos lovecraftianos que resuenan en el lugar de tránsito entre las realidades, son aquí mucho más evidentes y, los pobladores del mundo, un espejo por completo espeluznante.

La novela gráfica de Coraline resulta ser un ejercicio al estilo japonés, en donde es usual que las narraciones migren de un medio a otro y, en ocasiones, regresen transformadas en un círculo completo al vehículo original.

Rusell logró, a mi parecer, dotar a Coraline y su mundo de una madurez que probablemente no fue la intención inicial, pero que, sin duda, ahí yacía y fue tan solo necesario cambiar de perspectiva y sellar con el estilo artístico. Sin mayor aspaviento, más allá de su extraordinaria calidad en el dibujo, la colocó de lleno en el extremo espantoso y sombrío que siempre existió, pero no con tal contundencia.

Es muy elocuente el hecho de que la narrativa gráfica, la expresión en donde Gaiman alcanzó una indudable maestría y renombre, no haya sido el formato que el autor eligió para contar la historia de Coraline y, sin embargo, autorizó y fue parte de esta adaptación. Esto habla, para mí, de su deseo de explorar y, tal vez, profundizar aún más en su creación. 

Sin duda, esta es una obra que vale la pena conocer en este formato y, desde luego, indispensable para todos aquellos que disfrutamos del arte secuencial y admiramos a dos gigantes, como P. Craig Rusell y Neil Gaiman.

 

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[1] Estudió psicología en la UNAM y fue cofundador de la primera tienda especializada en narrativa gráfica de la Ciudad de México, Cómics S.A. Ocupó el cargo de agregado cultural en el Consulado General de México en Toronto, Canadá. También se ha desempeñado como editor e investigador iconográfico en diversas casas editoriales.

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