Los días y los años: memoria viva de México 68

Los días y los años: memoria viva de México 68

Jorge Andrea Martínez[1]

Ciudad de México, 1968. La alegre psicodelia de los XIX Juegos Olímpicos se oscurece por las bombas lacrimógenas que el cuerpo de granaderos arroja a los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), del Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), entre otras. Ellos corren para ponerse a salvo, pero las macanas asestan los primeros golpes en las cabezas y las espaldas, mientras los comercios cierran apresuradamente.

Camiones con militares recorren la Ciudad de México de norte a sur, o lo que es lo mismo: del Casco de Santo Tomás, del IPN, a la Ciudad Universitaria. Al nerviosismo lo ahoga la euforia y el optimismo, por eso la “V” de ¡venceremos! Hecha con los dedos, se convierte en el símbolo que tapiza a la ciudad; se pinta “en las cacetas de teléfonos, en los autobuses y en las bardas […] En los lugares más insólitos…”

Este es el testimonio que Luis González de Alba (San Luis Potosí, 1944-Jalisco, 2016) registró en su primera novela Los días y los años (Cal y Arena, 2018), obra de no ficción que entrecruza el ensayo literario, el diario y el relato testimonial. Empezó como un ejercicio de su autor por entender y explicar qué pasó en las movilizaciones universitarias de julio a octubre, pero se convirtió en una de las fuentes más confiables en la literatura que aborda el Movimiento Estudiantil de 1968. No es gratuito que Elena Poniatowska haya basado su crónica La noche de Tlatelolco (Era, 2016), en este libro que González de Alba escribió en su celda de Lecumberri, pero cometió el error de hacérsela llegar por medio de sus abogados[2].     

Luis González de Alba fue aprehendido el 2 de octubre de 1968 en el edificio Chihuahua, de Tlatelolco, por unos “individuos que habían ocupado el piso [y] llevaban en la mano izquierda un guante blanco o pañuelo del mismo color anudado”, quienes gritaban: “¡No voltees o te vuelo la cabeza!”. Junto con otros miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH), fue torturado y hecho prisionero en la cárcel de Lecumberri durante dos años. En ese lapso continuó con sus estudios de psicología, que cursaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y se dedicó a escribir este libro, en el que evita idealizar el Movimiento y, por el contrario, retrata las contradicciones y a sus personajes, hoy encumbrados líderes morales del 68:

“En la Universidad ha sido prácticamente imposible cohesionar una dirección estudiantil auténtica y única porque esta tarea trae consigo dos problemas, uno organizativo y otro ideológico”; “… la tendencia a sobresalir y darse a conocer desde el primer día acabó con el poco orden que se había podido conservar. La reunión se volvió imposible…”; “Todo el mundo conocía a Marcelino Perello como miembro del CNH e igualmente a Sócrates Amado. Marcelino no disimulaba su notorio exhibicionismo […] De esta manera ante la opinión pública, surgió como “líder del Consejo”, carácter que jamás tuvo internamente […] Sócrates hacía lo mismo, pero en los mítines”.

En estas reflexiones de encierro, desfila la cronología completa del Movimiento Estudiantil, desde la riña entre los estudiantes de la Vocacional y la preparatoria Isaac Ochoterena, hasta la toma de la Ciudad Universitaria, de la UNAM, por el Ejército. Durante este violento acto que violó la autonomía de la Universidad, “los compañeros que habían sido detenidos, tirados boca abajo en la explanada, levantaban los brazos entre las botas de los soldados y hacían la “V” […] Esta era la actitud durante los días siguientes…” Naturalmente, registra cómo “la represión aumentaba, las cárceles se llenaban de nuevos presos, cuando una de nuestras demandas era la libertad de presos políticos” y narra eventos como la Marcha Silenciosa, en la que “el silencio era más impresionante que la multitud” y, por supuesto, la matanza de Tlatelolco.    

El Movimiento Estudiantil de 1968 fue el principio de la democrácia mexicana. Sin embargo, para Luis González de Alba fue más que eso. A tal grado le cambió la vida su dirigencia, que decidió quitársela un 2 de octubre del 2016 con un disparo en el tórax. Antes de morir, escribió: “Habrá una manifestación de chavos que no saben qué es lo que “no se olvida” porque ya lo olvidaron o nunca lo han sabido[3]”.        

 

 

[1] Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha escrito para los suplementos RSVP y Pimienta del periódico Excélsior. Es redactor del Boletín Jurídico Porrúa y colaborador del área de Comunicación y Relaciones Públicas de Grupo Porrúa.

[2] González de Alba, Luis. Podemos adivinar el fututo. Milenio. 02/10/16            

[3] Op. Cit.