El destino del hombre · Introducciones a la teoría de la ciencia

Lo verdaderamente grande de este filósofo, y lo que constituye la clave de su pensamiento, es que, además del rasgo característicamente alemán de la profundidad, del afán contemplativo de sumirse en los misterios del ser espiritual, poseyera una indómita fuerza de voluntad y una gran conciencia de su propio valer, sin las cuales no hay manera de imponer la supremacía de lo interno sobre lo externo. Mucho antes de haber descubierto claramente la dirección de su pensamiento sintió la acuciante necesidad de influir en sus contemporáneos con las ideas y con la palabra, sin otro norte que la convicción de que sus facultades requerían un desarrollo más variado, y más libre de lo que podría permitirle la profesión de predicador a que lo habían destinado sus padres, campesinos pobres del Lausitz silesiano, que con ayuda ajena lograron dar estudios a su hijo tan bien dotado. De un modo maravilloso se confirmó en él mismo la verdad de la sentencia: El tipo de filosofía que se elija, dependerá de la clase de hombre que se sea. Y, en efecto, toda su filosofía es el desarrollo de la idea fundamental de que nuestra más íntima esencia es el afán de actividad y de que todo nuestro imaginar y pensar está condicionado por esta facultad práctica, la raíz más íntima de nuestro yo. Pero esta idea no es sino el reflejo de su persona y de su incansable energía, que le hace aparecer como un segundo Lutero en el umbral del siglo XIX. Así se explica también el decisivo cambio de rumbo que, en la vida de aquel hombre, a la sazón cercana a los treinta años de edad, había de determinar su primer conocimiento de la filosofía kantiana. Hasta entonces había llevado una existencia despreocupada como profesor en casas particulares, habiendo tenido, en esas, ocupaciones la mala fortuna, de que el criterio con que Juzgaba ella gran tarea de la educación humana no coincidiera con el de los padres con quienes le tocaba convivir.