La habana de mi corazón

... Qué sería de mí si no existieras, mi ciudad de La Habana. Si no existieras, mi ciudad de sueño en claridad y espuma edificada, qué sería de mi sin tus portales, tus columnas, tus besos, tus ventanas. Cuando estaba por el mundo ibas conmigo, eras una canción en mi garganta, un poco de tu azul en mi camisa, un amuleto contra la nostalgia. Ruinosa, luchando, pero magnífica y rebosante de vida, La Habana sigue proyectando su hechizo. Ciudad de energía contagiosa que fuera ya próspero centro comercial cuando todavía Nueva York pasaba inadvertida, ciudad que ha absorbido muchas culturas diversas y que ha presenciado grandes levantamientos políticos y sociales. Este retrato de La Habana toma los años cincuenta como punto de partida, con una mirada atrás a los primeros años del siglo. Empieza, por tanto, en los años en que la mafia construía casinos, hoteles y clubes nocturnos, los años en que La Habana era sala de juego de ricos y famosos. Los visitantes de esos años se deleitaron con los ritmos musicales y los bailes que encontraron, ya descubiertos por Tin Pan Alley y Hollywood. Pero los Habaneros, los residentes de La Habana, siempre han estado atentos a las últimas tendencias y desde hace tiempo tienen fama de listos e ingeniosos. Cuba fue el cuarto país del mundo en introducir las locomotoras de vapor hace más de ciento cincuenta años. Su primer cine se abrió en el viejo teatro Payret de La Habana en 1897, un año después de que los hermanos Lumiére mostraran sus primeras películas en París. El automóvil de motor se introdujo muy temprano en Cuba y con éxito, al punto que hace setenta años La Habana tenía más coches per cápita que Nueva York. Aun así, La Habana conservó un único encanto producto de la mezcla de culturas diferentes, en la exuberancia sensual del Caribe, atenuado por el conocimiento de las últimas modas de América y Europa.