Gil Blas de Santillana

Gil Blas, no obstante, su atuendo español, y todas las imitaciones que en él se hayan podido advertir, es el más francés de cuantos libros poseemos. Poco importa aja calidad de la obra que el autor haya tomado la trama de aquí y de allá; que intercale talo cual prestado episodio; el mérito no consiste en la invención del conjunto, sino en el tratamiento de cada escena y de cada uno de los episodios, en el pormenor de la frase y del relato; en el rasgo ligero, en el donaire que los une. En prosa, y en forma de novela, es un mérito, una originalidad del mismo género que los de La Fontaine. El toque de Le Sage es del todo francés, y si nuestra literatura posee un libro que sea saludable releer después de cada invasión, después de cada perturbación en el orden moral, de la política y del gusto, para calmar el mal humor, para volver a su punto justo el espíritu y refrescar el idioma, éste es Gil Blas. Gil Blas se publicó, sucesivamente, en cuatro volúmenes, de los cuales los últimos aparecieron en muy separadas fechas. Los dos primeros aparecieron en 1715, el mismo año de la muerte de Luis XIV. En ellos se percibía como un frescor de juventud, y una soltura apropiada a los albores de una época emancipada. ¿Qué puede decirse de Gil Blas que no se haya dicho, sentido y expresado por tantos panegiristas talentosos, críticos selectos y delicados, y que todo lector juicioso no haya pensado por sí mismo? En consecuencia, me limitaré humildemente a redecir y volver a repetir. El autor, en su extenso relato, desenvuelto y fácil, ha querido representar la vida humana tal cual es, con sus diversidades y sus aventuras, con las extravagancias procedentes de los azares de la suerte y de la fortuna y, más que otra cosa, con las que introduce la variedad de nuestros humores, de nuestros gustos y de nuestros defectos. Gil Blas, de nacimiento muy humilde y común, perteneciente a la pequeña burguesía, dio muy pronto muestras de ser un muchacho despierto, amable e ingenioso, con una educación, ni poca ni mucha, y abandona su casa a los diecisiete años, para abrirse camino en el mundo. Pasa, con alternativas, por toda clase de situaciones, por las más vulgares y las más humildes, sin encontrarse muy a disgusto en ninguna de ellas, aunque trate siempre de empujarse a sí mismo e ir adelante. En el fondo, Gil Blas es un cándido, suficientemente honrado y crédulo, vanidoso, que se traga con facilidad el anzuelo; engañado primero, bajo todos los aspectos, por un haragán encontradizo que le adula, por un criado que se finge beato, por las mujeres; víctima de sus defectos y, algunas veces, de sus mismas cualidades. Son sus escuelas, en todos sentidos, y en su compañía hacemos nuestro aprendizaje. Excelente sujeto, de una moral práctica, puede decirse de Gil Blas que se deja llevar por las cosas; no se anticipa a la experiencia, la recibe. No es un genio, ni un gran talento, ni hay en él nada de muy particular; es un espíritu sano y fino, fácil, activo, esencialmente educable, en posesión de toda clase de aptitudes. Sólo se trata de aplicarlas bien, lo que acaba por hacer; se convierte en un hombre apto para todo y merece, al fin y al cabo, este elogio que le hace su amigo Fabricio: Tenéis la clave universal. Mas no merece este elogio sino hasta el final, y esto nos alienta; sentimos, leyéndole, que podemos, sin gran esfuerzo y presunción, llegar algún día a donde él llegó.