DIARIO DE UN NIÑO EN EL MUNDO

Durante muchos años caminé por una de las avenidas centrales de la Ciudad de México. Siempre llamó mi atención una casa muy antigua que poseía cierto misterio, cierta magia. Cada vez que la veía recordaba las historias de hadas, es decir, de cuando las hadas quedaron atrapadas en las ciudades... Nunca me atreví a entrar en ella, sólo la observaba, de lejos, con una mezcla de respeto y asombro. Tiempo después, me enteré de que la casa iba a ser demolida porque los propietarios querían hacer un estacionamiento ahí, en el centro de la ciudad. Fue entonces que me decidí a conocerla. Sólo tuve que hablar con los dueños para que me dejaran entrar. La casa era en verdad vieja y muy grande, quizá tendría doscientos o trescientos años de antig?edad, y todavía conservaba algunos de sus muebles, con la madera toda carcomida por miles de generaciones de polillas. Me gustaba estar ahí, oliendo el pasado. En eso estaba, recorriendo la casa y admirándola, cuando escuché un ruido a mi izquierda: un cuadro pequeño se había desprendido del lugar donde estaba colgado.