David Copperfield

En el prólogo primitivo que escribí para este libro, hice observar que me era dificilísimo referirme a él con la compostura y seriedad que es de rigor en un prólogo formal, debido a que estaba muy recientes las sensaciones consiguientes a su terminación. Me inspiraba un interés tan vivo, y era tan porfiada la lucha que sostenía entre el placer y la pesadumbre, placer por haber dado cima a una empresa que requirió durante mucho tiempo mis facultades y pesadumbre porque su terminación me obligaba a separarme de muchos y muy queridos compañeros, que corría grandes peligros de molestar al lector con confidencias personales y emociones de índole particular. Tanta fuerza hizo sobre mí estas consideraciones, que decidí prescindir del prólogo. Quiero, espero, hacer una confidencia al lector: de todos mis libros, es éste el que más me gusta. Claro está que, como padre amantísimo que soy de todas mis obras, me precio de quererlas a todas con cariño tan acendrado como el que el mejor padre del mundo haya profesado a sus hijos; pero, semejante a otros tantos padres, tengo un hijo favorito, un hijo que es la debilidad de mi corazón, y este hijo se llama David Copperfield.